Casa Casco, la casa más bella de la antigua Tegucigalpa.
Esta foto le pertenece a Jorge E. Handal
El siguiente texto es tomado de la página "Vuelve al Centro"
La Casa Casco se niega a morir…
La arquitectura de La Tegucigalpa de hoy cuenta con una enorme influencia de diseñadores y constructores europeos que comenzaron a cambiar el aspecto colonial, uno de los más grandes expositores es el italiano Augusto Bressani cuyas obras se pueden observar en el casco histórico de Tegucigalpa y Comayagüela , una de ellas “La Casa Casco”.
La Casa Casco fue un diseño exclusivo solicitado a Bressani por la familia Casco con el fin que fuera la casa más bonita de Tegucigalpa, y sus deseos fueron hechos realidad; Bressani construyó su mansión con piedras de canteras, ladrillos cocinados en los hornos del Guanacaste y La Granja, y cielos de yeso, una casa que también fue conocida como la “Casa Blanca”.
Cuando el centro dejó de ser atractivo para los Casco, estos decidieron abandonar la casa y dejaron en custodia a José, un vigilante que lleva ya más de 20 años viviendo en ella siendo incapaz por asuntos económicos de hacer frente al cuidado de la Casa más bonita de Tegucigalpa.
A pesar del abandono y el deterioro la Casa Casco es una casa que se niega a morir tal como lo narra el artículo publicado por Presencia Universitaria el cual reproducimos a continuación:
La «casa más bonita de Tegucigalpa»
Como «el siglo de las luces» se le llama al periodo donde el espíritu de la ilustraciónpropuso con la luz de la razón (secularización, racionalismo crítico y la ciencia moderna) iluminar las tinieblas de la ignorancia, la superstición y la tiranía del oscurantismo. La expresión estética de este movimiento intelectual se denominó «neoclasicismo», el que abarcó todas las ramas de las artes, entre ellos la arquitectura.
Románticos de este pensamiento, en las dos últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del Siglo XX, arribaron a Tegucigalpa algunos constructores europeos, entre ellos el arquitecto italiano Augusto Bressani, que intentaron con sus propuestas romper las cadenas del sistema arquitectónico colonial, aún predominante en aquellos años, con los valores del neoclasicismo. Después de emigrar de la crisis generada por la primera guerra mundial, Bressani en Honduras encontró trabajo, donde se le encomendó diseñar la construcción en ese entonces de la nueva Casa Presidencial (hoy Museo de la República), el Palacio Municipal de Comayagüela (ahora Palacio de Bellas Artes), Edificio de Telecomunicaciones (Hondutel), el Villa Roy y el Palacio Arzobispal, entre otras obras.
Los diseños de estos edificios no pasaron desapercibidos por ciertos grupos de la alcurnia capitalina que pretendían habitar como lo hacían sus pares en Europa. Fue así como la familia Casco le ordenó diseñar a Bressani la «casa más bonita de Tegucigalpa». A mediados de la década de los 30, con piedras de canteras, ladrillos cocinados en los hornos del Guanacaste y La Granja, y cielos de yeso, el italiano edificó con la colaboración de las manos obreras necesitadas de un salario, la «Casa Casco», también conocida como la «Casa Blanca», una auténtica mansión ubicada entre la avenida Máximo Jerez y el barrio La Leona.
El siglo de la «oscuridad»
Lejos de las ostentaciones de sus años mozos, ahora las gruesas paredes y los altos techos de la «Casa Casco» se desploman por la humedad, donde el moho que se desprende se instala a diario en las fosas nasales de sus nuevos inquilinos, los que por cierto nunca pensaron que las paradojas de la vida les otorgaría una mansión. Y es que la «casa más bonita» de Tegucigalpa, no solo cambió de «dueños», sino de «clase social».
Cuando la familia Casco decidió dejar el inmueble, porque el centro histórico de Tegucigalpa había dejado de ser lo que un día aparentemente fue, contrataron a José (un viejo celador) para que habitara y cuidara la vieja mansión. Sorprendido, José se instaló desde hace 20 años junto a su familia en la casa, sobreviviendo con los 2,000 lempiras mensuales que recibía por su vigilancia.
Con el trabajo, la familia de José de un día para el otro, cambió su pequeña vivienda ubicada en uno de los barrios más marginales de Tegucigalpa, por una mansión… sí, abandonada, pero al fin y al cabo: mansión. Después de vivir toda la vida acostumbrados al hacinamiento, ahora el problema para José y su familia sería cómo acomodarse con tanto espacio. Los nuevos habitantes decidieron ocupar el primer piso y bajo los finos acabados de la antigua obra, que invocan un viejo palacete, instalaron las pocas pertenencias que la mudanza cargó. Colocaron la cocineta en una de las esquinas, colgaron las tazas que utilizan para tomar café frente a las hornillas de gas, taparon los vidrios rotos de las ventanas con tablas de madera que encontraron tiradas, cruzaron cables como tendederos entre las porosas paredes, y posicionaron sus camas lejos de los rayos del sol que a pesar de sus esfuerzos por tapar, entran por los enormes ventanales, los mismos que la familia Casco abría para dejar pasar la luz durante sus reuniones. Así se instaló la familia de José, paradójicamente aglomerados de nuevo, a pesar del espacio.
Los años pasaron, y José, sin presupuesto, no pudo hacerle las reparaciones habituales que una vivienda de esta magnitud ocupa. Para ganar algo de dinero después que la familia Casco dejara de pagarle su salario, el vigilante decidió rentar ocasionalmente el segundo piso de la vieja mansión a jóvenes que vieron la sensación tétrica que adopta una casa abandonada, como un espacio idóneo para realizar ciertos viernes o sábados, fiestasunderground de música electrónica.
A pesar de los ingresos que representan estas verbenas, que solo alcanzan para el día a día, la casa se desploma. Todo ello mientras José y la familia Casco esperan el dictamen de un juicio ante el Estado que sentencie quién debe ser por derecho el dueño de esta propiedad.
Proyecto fotográfico
En enero de 2011, a la joven fotógrafa Laura Bermúdez, le llamó la atención la situación del inmueble e inició un proyecto para documentar esta historia, sin saber con exactitud lo que se encontraría al entrar a la vivienda. Con el consentimiento de José y su familia, Laura tomó estas imágenes que se publican en Presencia Universitaria, dejando a la imaginación del lector la anatomía original de la casa, con fotografías donde se muestran detalles arquitectónicos que aparecen como fantasmas en medio del abandono.
Después de estudiar fotografía en Honduras, México e Inglaterra, Laura Bermúdez, con estas fotos en blanco y negro, pero sin el ánimo de expresar mensajes maniqueístas, se encontró con un escenario que ha sido testigo de las suntuosidades de una familia adinerada capaz de tirar una mansión al abandono, en contraste con la pobreza explícita de otra familia que en las últimas décadas ha sido el único guardián de la propiedad, que ha encontrado en el alquiler del espacio para conciertos, la única forma de sacarle rentabilidad a cientos de metros cuadrados que más allá de un litigo entre dos familias, forman parte del patrimonio histórico de la ciudad.
Las fotografías son prueba que la casa se niega a morir, como sucedió con el inmueble que la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) rescató para instalar el Centro de Arte y Cultura (CAC) en Comayagüela. Además de fungir como un homenaje al arquitecto Augusto Bressani, la publicación de este proyecto fotográfico se hace con el objetivo de hacer un llamado a las autoridades públicas, para que más allá de ser jueces en una disputa legal, restauren la «casa más bonita de Tegucigalpa» de las tinieblas del oscurantismo.
Comentarios
Publicar un comentario